En fin, una noche sintió Anselmo pasos
en el aposento de Leonela, y, queriendo entrar a ver quién los daba, sintió
que le detenían la puerta, cosa que le puso más voluntad de abrirla; y
tanta fuerza hizo, que la abrió, y entró dentro a tiempo que vio que un
hombre saltaba por la ventana a la calle; y, acudiendo con presteza a
alcanzarle o conocerle, no pudo conconseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela
se abrazó con él, diciéndole:
- "Sosiégate, señor mío, y no te alborotes, ni sigas al que de aquí saltó;
es cosa mía, y tanto, que es mi esposo."
No lo quiso creer Anselmo; antes, ciego de enojo, sacó la daga y quiso
herir a Leonela, diciéndole que le dijese la verdad, si no, que la mataría.
Ella, con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo:
- "No me mates, señor, que yo te diré cosas de más importancia de las que
puedes imaginar."
- "Dilas luego - dijo Anselmo - si no, muerta eres."
- "Por ahora será imposible - dijo Leonela - según estoy de turbada; déjame
hasta mañana, que entonces sabrás de mí lo que te ha de admirar; y está
seguro que el que saltó por esta ventana es un mancebo desta ciudad, que me
ha dado la mano de ser mi esposo.
Miguel Cervantes de Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1605-1615.
sexta-feira, 28 de outubro de 2011
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